El consumo colaborativo, más allá de una moda “progre” o un parche improvisado para sobrevivir a crisis y recesiones, es una tendencia de consumo que está respondiendo a necesidades puntuales de los consumidores, esquemas de valores no tradicionales y nuevos estilos de vida que resultan más cercanos al espíritu de comunidad o barrio de nuestros abuelos que al individualismo exacerbado de las postrimerías del último siglo.
Gracias al uso cada vez mayor de internet, las sonadas redes sociales y la polémica estructura peer to peer, estas nuevas viejas formas de consumir están cobrando un auge tremendo, llegando a impactar incluso en las políticas públicas y convirtiéndose en una alternativa en rubros gubernamentales como medio ambiente, asistencia social y, por qué no, la economía en general. ¿Qué tanta disposición tienes para compartir?
De tan arraigado, quizá ni nos damos cuenta, pero todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido partícipes –y más que eso, beneficiarios y hasta promotores– del consumo colaborativo.
Ejemplos abundan. Desde los niños que intercambian estampas repetidas para llenar un álbum, hasta los vecinos que se organizan para, al menos una vez al mes, ir de compras a la central de abasto de su localidad y conseguir precios de mayorista al realizar un solo pedido colectivo.
Y, aunque actualmente estas conductas nos parecen más la excepción que la regla, nuestro comportamiento económico se está modificando; no sólo en cuanto a la manera de consumir, sino también en lo que consumimos.
¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que realmente necesitas para instalar una repisa, comprar un taladro o hacer un hoyo en la pared dónde poner los taquetes?
Más es menos
Para colocar una repisa prefabricada en nuestro hogar necesitamos un hoyo dónde introducir los taquetes. Y nada más. Sin embargo, en el modelo hiperconsumista que heredamos del siglo pasado, la primera solución que se nos v
iene a la cabeza es ir a comprar un taladro.
Si en casa tienes una de estas herramientas, valdría la pena reflexionar cuánto tiempo la has utilizado. De acuerdo con Roo Rogers y Rachel Botsman, gurús en esta tendencia de consumo y autores del libro What’s Mine Is Yours: The Rise Of Collaborative Consumption, en Estados Unidos cada taladro ha sido utilizado un promedio de 12 a 13 minutos durante su vida útil1. No más.
Sabiendo esto, ¿pagarías por poseer un objeto que sólo ocuparás por unos minutos y después será un estorbo?
Según la división francesa de World Wildlife Fund y el ecodiseñador Thierry Kazazian, en nuestros hogares almacenamos entre 3 y 4 mil objetos, alrededor de 15 veces más de los que tenían las generaciones pasadas2. ¿Cuántos de ellos estarán en condiciones de uso similares a los taladros, apenas utilizados por unos minutos durante toda su existencia?
Este modelo de consumo excesivo nos ha llevado a acumular objetos innecesariamente, cuando lo que buscamos no es el producto en sí, sino su función o el servicio. Y, de igual forma, a desecharlo tras dejar de funcionar en vez de repararlo, contribuyendo a aumentar la cantidad de toneladas que a diario enviamos a los rellenos sanitarios.
Érase una vez Napster Internet y el refinamiento de las nuevas tecnologías han sido los grandes posibilitadores del consumo colaborativo tal y como lo conocemos hoy en día. No en balde a esta tendencia también se le conoce como peer-to-peer (P2P), por su semejanza con el concepto computacional, del cual no pocas veces se ha valido para operar.
Quizá aún no han pasado demasiados años para olvidar aquel polémico software peer-to-peer que nos cambió la forma de entender y consumir música: Napster. Un programa que permitía el intercambio directo de información de computadora a computadora sin importar qué tan lejos estuviera una de la otra. Todo ello gracias a la magia de una conexión de internet por cable telefónico.
Como era de esperarse, los líos por derechos de autor no se hicieron esperar, logrando ponerle fin a tan prodigioso invento. Sin embargo, toda una nueva generación de programas P2P como Kazaa, LimeWire o SoulSeek vinieron a ocupar su lugar, y el debate sobre la libre propiedad y distribución de productos culturales –como la música, libros e imágenes– continúa.
Muchos proyectos y ejercicios de consumo colectivo siguen este modelo de intercambio, ya no sólo de información –como la enseñanza de habilidades o conocimientos–, sino también de servicios, espacios físicos y objetos. En pocas palabras, dos pares que, de persona a persona, intercambian algo, evitando las asimetrías en las relaciones de consumo.
Pedir prestado un objeto puede ser una opción viable, siempre y cuando conozcamos a las personas adecuadas. Pero, ¿y si lo que queremos son libros de texto usados pero en buen estado, un vestido de novia, juguetes para bebé u otros artículos que únicamente utilizaremos por tiempo limitado?
Un verdadero lío. A menos que tengamos conexión a internet. Gracias a una infinidad de sitios y a algunos servicios offline, podemos ser partícipes de nuevas formas de saciar nuestras necesidades sin tener que desembolsar dinero o llenarnos de más productos que sólo usaremos por unos momentos. A esta renovada cultura se le ha bautizado como consumo colaborativo.
Todo lo que debes saber (y compartir) de esta tendencia
Cuando se dice que internet “acerca a las personas” no es mentira. Gracias a plataformas de intercambio de información –como las redes sociales o el peer-to-peer– hemos comenzado a formar comunidades virtuales que no necesariamente se reflejan en nuestra vida real.
Esta facilidad para ponernos en contacto con personas con necesidades similares a las nuestras ha favorecido la aparición de plataformas donde el intercambio va más allá de los bits, permitiendo a sus miembros realizar transacciones donde no precisamente se involucra el dinero.
Tras revisar miles de ejemplos alrededor del mundo, Roo Rogers y Rachel Botsman han distinguido en los proyectos de consumo colaborativo, al menos tres grandes maneras de operar3:
◗ Servicio de productos. Quizá sea el modelo más familiar para nosotros. Basta pensar en los videoclubes que, desde la década de los ochenta, nos ofrecen los beneficios de un bien sin la necesidad de poseerlo. Es decir, ver la cinta sin tener que ser dueños del DVD. De esta forma, en este rubro se aglutinan las empresas que ofrecen un bien a manera de servicio, como Netflix (renta de películas en línea), EcoBici (préstamo de bicicletas), o Carrot (préstamo de automóviles).
◗ Mercados de redistribución. Se trata de espacios físicos o virtuales para “mover” objetos que ya no nos resultan útiles a pesar de seguir en buenas condiciones de uso. Los bienes pueden ser regalados (el llamado “freeciclaje”), intercambiados o puestos a la venta, como en cualquier mercado de pulgas. Algunos ejemplos son los sitios de compraventa eBay y Mercado Libre , el espacio para regalar o “freeciclar” nolotires.org o el Mercado de Trueque de la Ciudad de México, donde es posible intercambiar basura reciclable por alimentos orgánicos.
◗ Estilos de vida colaborativos (Peer2Peer). A diferencia de los otros rubros, aquí no se intercambian bienes, sino servicios. También suelen estar más orientados a lo local, o incluso, lo barrial. Tal es el caso de Park At My House, donde las personas pueden rentar o poner en renta su garaje; Aventones, donde miembros de una misma “comunidad de confianza” como universidades o trabajos pueden organizarse para compartir auto; o como Airbnb o Couchsurfi ng, donde desconocidos pueden ponerse de acuerdo para rentar la habitación extra de una casa o albergar a un viajero sin costo alguno.
Todas estas formas de economía alternativa, contrario a lo que se piensa, no vulneran la individualidad o la propiedad, aunque la tendencia actual ya no está orientada hacia la posesión de objetos, sino a la desmaterialización. Basta pensar que muchos de nuestros bienes más preciados no son tangibles, y que varios de ellos están almacenados en la nube.
Este tipo de consumo se expande cada día y encuentra nuevos cauces y adeptos, convirtiéndose en una potente herramienta para establecer políticas públicas en las áreas de transporte urbano, asistencia social y cuidado y mejoramiento del medio ambiente.