La gran revolución que se dice que es internet produce cambios. De la misma forma en que nuestras rutinas están evolucionando al ritmo que lo hace la tecnología, también lo hacen los procesos mentales que ejecutamos. Quienes investigan la cuestión, como Nicholas Carr, ponen un ejemplo fácil de entender: el mapa, el reloj mecánico y el libro impreso cambiaron el rumbo del conocimiento y el funcionamiento del intelecto humano. Ya se viajaba, había horas y existían libros antes de estos inventos, pero todo ello cambió con su intervención. Dio un salto cualitativo. La omnipresencia de internet y sus aplicaciones están haciendo lo mismo.
Nicholas Carr ejerce el papel de apocalíptico en el debate consiguiente sobre esta cuestión. La esencia de su posición al respecto, tal como explica en esta entrevista en El País, es que la falta de reflexión que implica el rápido consumo de información puede disminuir nuestra capacidad de concentración. Es la tesis en torno a la cual gira su tercer libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus), que profundiza en este polémico asunto.
Lo cierto es que desde hace tiempo en la red se trata esta cuestión con dos posturas encontradas a partir de la convicción general de que el cambio se está produciendo y, además, es inevitable. A partir de ahí, Nicholas Carr representa a los apocalípticos. Pero no es el único. En esta línea hay más opiniones: se dice que en la generación iPod “no hay compromiso, se evita el esfuerzo y la perseverancia“. También se habla de la generación Snack, “capaz de digerir cualquier tipo de información si se les presenta despiezada en píldoras y es comprensible a gran velocidad, pero que “no se detiene en el análisis profundo de la información”.
Las respuestas provendrán con los estudios que poco a poco va elaborando el mundo académico y en el que tanto la medicina, como la psicología, la sociología o incluso la filosofía tienen mucho que decir. Gary Small es investigador de la memoria en la Universidad de California (EEUU), autor de varios libros sobre la relación entre el cerebro y la tecnología y ha hecho una de las pocas investigaciones científicas de seguimiento de la actividad neuronal durante la navegación.
Sus conclusiones reconocen que se produce la menor concentración de la que habla Carr, pero también un incremento de la actividad en el lóbulo frontal, la zona donde se ubica la memoria a corto plazo y la toma de decisiones de control. Él lo resume en una frase: “Google nos está haciendo más inteligentes“. Por tanto, hay dos lecturas distintas sobre el mismo proceso.
En la sociología se planteó este debate hace ya mucho tiempo. Hace casi medio siglo, Umberto Eco planteó la confrontación constante en la sociedad de estos dos bandos: los apocalípticos y los integrados, es decir, entre los que acogen con entusiasmo cualquier novedad y los que, ante cada cambio, sólo perciben los riesgos. Pero una vez ya metidos en aguas pantanosas a las que, tal vez, tardemos mucho en regresar, demos un paso más hacia el futuro : si nuestro cerebro cambia con la actividad que desarrollamos en la red y las máquinas interpretan nuestro comportamiento para adaptarse a él (la publicidad contextual es el más sencillo ejemplo), el proceso conduce a un creciente acercamiento entre ambas formas de pensamiento, la humana y la artificial. O eso es al menos lo que prevé Raymond Kurzweil, el investigador más reputado sobre inteligencia artificial, que pone el horizonte de la fusión en el final de la década de 2020.
Miremos a la realidad: no la llevamos dentro, pero toda la información que podemos necesitar, ordenada como cada uno desea y con capacidad para compartirla está ya en nuestros smartphones, que vienen con nosotros como antes llevábamos los relojes. No es necesario pensar en la implantación de microchips en el cuerpo humano, aunque tampoco resulte descabellado, para entender que el uso de la tecnología como una memoria adicional y conectada está ya muy cerca y que, a partir de entonces, el cerebro se destinará, principalmente, a la imaginación, la cualidad humana que difícilmente podrán desarrollar las máquinas y que está en el origen mismo de la evolución humana.
Aunque los cambios críticos, lo dice la historia, también provocan dramas.